Habíamos construido un universo sólo para nosotros, como si tuviésemos más poder que Dios, siendo una pieza en su juego de tablero. Sabíamos siempre nuestros movimientos, y de aquí nunca escapamos. Lo que olvidamos de nuestra historia era este momento que parecía alejado ése presente, donde me iba a quedar semanas esperando en la ventana para convertirme en un ave que dejara de recordar su hogar, para seguir los vientos y desprenderse de todo lo que pudo haberse pegado en el cuerpo. Miré día tras día la historia sin querer ver sus ojos, así me decidí a dejarle una carta en su almohada mientras que tenía las maletas al lado de mi silla favorita que daba hacia la ventana. Sabia que debía decirle, pero el tenía que tomar una decisión, ir a la pieza y abandonar la habitación de la cual iba a huir, y ver la nota. La otra opción era discutir sin decir ni una palabra, tardar horas malgastadas de llantos y falta de concordancia, hasta que el se rindiera y se fuera, así sin perdon me marcharía.
Las cosas andaban mal para mi cabeza, aún sigo pensando que si acaso es un problema soñar con la muerte de uno estando despierto es un impulso suicida. Me he visualizado en más de una ocasión, amarrando una cuerda a un pilar o algo firme de la habitación, poniendo el otro extremo al cuello, correr hasta la ventana y lanzarme por el balcón, mientras que mis pies aparecen por departamento de abajo, y una mujer comienza a gritar espantada por ver esta situación, más otras personas de afuera. El miedo tras de esa escena caotica, es cagarme en los pantalones ante esa belleza de acto.
Si algún día lo llego a decidir, esa será la forma.
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