sábado, marzo 26, 2022

Profundo, metros abajo del delirio

 Flotar, de eso consiste sobrevivir a la depresión, de poder y lograr flotar. Han pasado más de 23 años con síntomas de depresión, casi 13 años de un intento de suicidio y casi un año donde siento que debiese darme de alta en algún momento. Durante todo ese tiempo, mi mente ha sido mi aliada y mi enemiga. La estructura, una ética del cuidado, respeto y consideración ha sido la compañía del alma.  El delirio, ego inverosímil, adolorido, piel marchita, mi peor contendiente. Aprendí a reconocer los delirios, esos estados de exaltación del ego, aquellos que se apegaban a las palabras "siempre" y "nunca", y esos tiempos infinitos al menosprecio. El delirio, un bucle eterno, ese "algo de razón", el repentino, el ruidoso, ese anzuelo del llanto. Durante más de 8 años me he dedicado a reconocerlo, a evitarlo, a desaparecer esa ficción de mi cabeza, ya sea con la posibilidad de descripción del sueño, como con una voz amiga y confiable. 

Quien sospecharía, que de tener una buena vida, el cuerpo se hubiese acostumbrado a la locura. Que de tener una buena vida, un amor sano, un amor poderoso, el delirio quisiera ser parte de mi vida. Me arrojé al anzuelo. Sabiendo que lo perdería todo, sabiendo que lo lamentaría, el profundo me llamaba como algo que jamás dejaría de existir. Estaba en mis dientes rechinando en la noche, junto a mi amado, junto a los ojos de mi amado. Estaba en ese fuego que quemaba. Estaba en el hambre. Estaba en el vacío de la completa calma, como si siempre fuese un animal que vive sin ver, sin oír, preparado para vivir en un ambiente de presión. Arrastrándome. Y a los peces les hablaron de los humanos y su anzuelo, ¿pero le han hablado de la muerte y de la eterna caída? ¿o del anzuelo del accidente? 

Como si la calma no fuese parte de mi, ese rechinar de dientes lo advertía, quise lanzarme a las preguntas difíciles, a darme los permisos de equivocarme. Y he llorado, miles de dientes como arena, he llorado el delirio, porque nunca había soltado mi cuerpo. Ahora tengo una pena sana, una pena alegre, una pena que suelta dolor, no una pena como una quemadura que sensibiliza, sino una pena con algo de transformación. No, no podía pretender que solo hacer las cosas bien bastaría, porque que el tic,tic,tic,tic del tiempo, de las piedras blancas me recordaban que podemos disfrazarnos de quien queremos ser, pero estás casada con el delirio. 

Las cosas comenzaron a ocurrir de forma tan equivocada, de forma tan liberadora, de forma tan estropeada, pero se sentía tan correcto. Y a de a poco, la lluvia de desgracias, y la última gota, una mujer que atrapaba delirios en la calle, ya no lloraba, ya sabía que todo mejoraría. Ya no lloraba, porque todo estaría bien. Una sequía en el mar. La cazadora de delirios no llora, porque todo estará bien, todo se gestionará de forma adecuada. Y de pronto, el delirio... los siempre, los nunca, los menosprecios, a mi, a ti, todos y el llanto de la abundancia. Quien diría, que para morir, que para llorar, que para soltar, se necesiten cumbres profundas donde vive el delirio. Me reconcilio delirio, como la profundidad se reconcilia con la cumbre.