sábado, septiembre 29, 2018

Lo que aprendí de la promiscuidad

Como alguien que está en formación feminista y que también ha necesitado cambiar sus formas de actuar, afirmo que en el proceso de deconstrucción no podemos tener "tejado de vidrio", es decir, es necesario hacer un ejercicio de rememorar antes de sancionar. Yo no nací feminista y, de hecho, mucho tiempo estuve en contra de la praxis política de este grupo y hoy, a pesar de todos los cambios, me vuelvo a encontrar en una vereda crítica, pero hacia una ideología que adhiero. Como podría extraer de los postulados de Derrida,  la deconstrucción es un acto de memoria, por ello, no puedo pasar por alto mi propia experiencia y ponerla en relación con las sanciones sociales de la actualidad. Por lo tanto, quiero contar sobre mi experiencia de promiscuidad y cómo esto me ha generado múltiples dudas sobre tomar la autoridad de castigar socialmente la violencia de género.

Soy hija de padres separados y de una sociedad machista. Mi madre y padre tuvieron serios casos de violencia que detonaron su separación, engaños, agresión psicológica y física, todo muy aceptado dentro de la moral de la época, lo que no dista en lo absoluto de la realidad de muchas personas. Me enseñaron a odiar a las mujeres y, de cierto modo, a odiarme a mi misma, a odiar mis emociones, mi menstruación, mi cuerpo, para así ensalzar la inteligencia, la virilidad y la astucia. Recuerdo a esas amistades que me decían "tú no eres como las demás, eres más inteligente, eres diferente", cuento repetido que me hizo creer que así era. Robusteció mi vanidad. Conjunto a esa dichosa inteligencia aceptada por un mundo masculino, me volví viril, libidinosa, intimidante y conquistadora. Me volví una acosadora, que buscaba, que insistía y no permitía un "no" como respuesta, porque justificaba mi insistencia en la mera atracción.

Tras años de tener la vida sexual permitida solo a los varones, me tocó vivir en carne propia la realidad del machismo y el patriarcado. Por mucho que actuara como un hombre, mi práctica era ilegítima por el hecho de no tener un pene, por ello se me insultó, menospreció y vulneró. Me hizo entender que 9 de cada 10 hombres que conocía me iba a hacer sufrir mi propia subordinación, 9 cada 10 a quién yo expresara aprecio o atención me iba a basurear por el sólo hecho de que ser mujer era ser infame. Yo no lo veía así, yo me veía en el pic de mi sexualidad y tratando de reponer emocionalmente el desastre que tenía con mi enfermedad, la depresión bipolar que cargo desde los 10 años. Sentí lo que es estar boca abajo en el piso forcejando no follar, despertarme sin pantalones o con semen en mi trasero, que te griten en la calle o que un viejo te diga alguna obscenidad al oído. Sí, viví todo eso y más, porque son muchos los hombres que marcaron mi sexualidad por medio de la violencia.

Entonces, claro, para mí la heterosexualidad no es un jardín de flores y sé que se siente en cada uno de los casos. Sin embargo, el paternalismo que en la actualidad acoge las denuncias vuelve a las mujeres víctimas infantilizadas, puras y santas, como si fuesen sólo receptoras de agresiones. Y aquí es donde veo el problema, es que somos parte del circuito de violencia, algunas no denuncian por culpabilidad y dudas por su participación, por responder agresivamente a esta violencia. No somos pasivas, al menos, en los casos más cotidiano con nuestros pares, reproducimos la violencia que nos subordina. ¿Por qué afirmo esto? Porque después de echar abajo todo lo que había instalado, rearme mi socialización en base a principios de respeto: trato de no subir la voz al discutir (es lo que más me ha costado) porque esto anula; no me acerco a nadie que no sea por cuestiones pragmáticas, ni menos busco a alguien porque me guste; dejé de ver porno; dejé las prácticas abusivas en el plano sexual; trato de escuchar música que no tenga contenido machista; trato de no insultar por mucho que esté enrabiada; erradiqué todo prejuicio hacia las mujeres; cuestiono mis inseguridades como raíz de los celos; dejé de juntarme con todas las personas que veo un trato peyorativo o denostativo hacia la emotividad o inteligencia de las mujeres; dejé de ver las relaciones sexuales como un acto utilitarista y unilateral. Esto entre otras cosas más. ¿Qué pasó? Hace meses que en mi vida personal no vivo la violencia que marcó gran parte de mi vida, es decir, puedo afirmar que con mis elecciones y autonomía pude cortar circuitos de violencia sin denunciar ni una sola vez.

¿Por qué no he denunciado? ¿Soy encubridora de la misma violencia que viví? Hablar de encubrimiento está dentro de la lógica del castigo, de tomar la autoridad para sancionar cuando de forma subjetiva se perciba violencia. ¿Es que acaso solo somos conscientes de la violencia cuando la recibimos? ¿Esto no lo vuelve arbitrario? El castigo no es la respuesta a todo un sistema, porque de ser así, 9 cada 10 hombres debiesen ser expulsados del edén del feminismo. Necesitamos enseñar a desestructurar la violencia de género en nuestro entorno no acogiéndonos en el castigo solamente, porque, para ser franca, muchos compañeros que apañan en las funas son los agresores de otras, los que esperan jamás ser denunciados y ser aceptados por esta comunidad moral. Ese mismo compañero que grita "que le corten la cabeza", puede estar follandose instrumentalmente a tus compañeras y exponiéndola socialmente. Necesitamos reconocer que sí existen gradualidades de violencia de género, donde la autonomía de la mujer no se ve limitada y puede ejercer de forma directa su discurso ¡Eso es educación! La acción directa es educación social.

Por otro lado, mujeres que cambien su estructura serán libres de poder denunciar cuando necesite de su entorno y su vulnerabilidad no quede en la frialdad de las redes sociales, ya que esta estrategia se ve disminuyendo su impacto en comparación a sus inicios. Mujeres que cambian su estructura de vida, que cambian su forma de relacionarse es la primera estrategia de defensa que debiese ser utilizada, ya que se podrá reconocer a sí misma activa y no partícipe de su violencia. Aprendí, siendo una mujer masculinizada, que el mundo de la masculinidad tiene sus motivos y esos son los que deben ser derrocados, por ello, no persigo personas, sino actos: derrocar "qué" y no "quienes". Debe echarse abajo el patriarcado y no el pueblo. Y es así, como yo no me veo con la autoridad de castigar, porque por medio de mí ha pasado esa violencia y la he dejado echar raíces al igual que muchas aún lo siguen permitiendo. Declararse feminista jamás tuvo la intención de buscar el título o la autoridad de castigar, sino que de hacer comunidad para detener lo que nos agrede.
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