Introducir la mano en la libertad como si fuese el más frío privilegio que se permiten algunos, y ver así como una capa escarchada se apodera de tu movilidad, con el puño cerrado incapaz de tomar lo que allí se encuentra.
El gélido deseo de obtener libertad se ve apremiado a esa cándida esclavitud de la necesidad, se ve justificado por ese deseo inmerso en el pulmón seco que exhala humo como si de aire se tratara.
El calor del delirio que empapa las frentes de los nostálgicos, que de bocas como abertales llaman a la sed, llaman al hambre, llaman a todo aquello que uno cree ser capaz de florecer.
La libertad es una trampa de la decisión humana que se alimenta de la lluvia producto de la lucha, entre el anhelo y lo inalcanzable, convirtiéndose así en el cruento relato de la insuficiencia que tiene el hombre de vivir su ficción.
El sol, ahí como el soberbio gordo, que en el frío sólo puede dar calor.
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