Lo que viví hace algún tiempo tenía que ver con esto, con esa mirada triste de quienes dicen quererte que a su vez te quiere manifestar por qué no pudiste ser más normal, tener menos miedos, o miedos que sean posible de lidiar, como a las arañas. Sin embargo, era un bichito raro que a veces pensaba que estaba muerta, que miraba el cielo y se enceguecía, que al paso del tiempo había desarrollado una habilidad inútil para desadaptarse a todas las cosas que podía vivir. Como el miedo al trabajo que sostuve por tanto tiempo, que ya todos decían que no iba a trabajar y tenían una pequeña fe que al salir de la dichosa carrera conseguiría pega. También, como olvidar mis recurrentes ahogos por querer huir de cualquier lugar que ya no se volvía grato. Era ese hedonismo casi animal, que si no era alimentado corría hasta la próxima casa, entre los tejados, tratando encontrar a alguien que me diera la comida en la boca.
Ahora el camino a la normalidad me ha hecho darme cuenta cuan pesado era vivir así, teniendo una que otra crisis y compararla al resto del tiempo. Hay ocasiones que extraño cierta actitud porque tenía cosas por las cuales escribir. Hace poco tiempo escribí un poema sobre las manos, era claro que no era malo, pero debo admitir que la admiración por éstas no era lo mismo que haber hecho algo tan malo con ellas que sentías arrepentimiento. Tenía un tema, que era el camino de la muerte y el dolor tan metido en mis entrañas que no me dí cuenta que había perdido todas las temáticas que existían a mi alrededor.
¿Qué me queda ahora? Por lo que puedo notar, no es más que una cobardía al dolor que pude enfrentar antes o el pensamiento cauteloso que espera que algo malo venga, para razonarlo y perderlo de nuevo.
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