Sábado, 21:37 horas. Hice una pequeña pausa de la lectura recreativa, revisaba "La náusea" de Sartre. Poco a poco, dado a sus desoladoras palabras causadas por una soledad ingente, me precipité al deseo y a la empatía. Con el tiempo esas ansias llanas del romanticismo se han esfumado, ahora habita en mí un largo aliento de compartir intimidad y un gusto, algo así como una tarde fría junto a un libro y un café. Sin embargo, ese deseo se traduce en leer en voz alta aquello que reviso, para que el otro pueda escuchar y atender las cosas que voy experimentando. Quizás eso me parece más íntimo que cualquier otra cosa, ya que mis ganas de entablar una conversación se reduce por cada segundo de estar lado a lado sólo conmigo misma.
El aburrimiento tiene un dejo de melancolía, se ve como un problema que mezcla la escasez de ideas y los recuerdos, el ataque de tu vida que te condena a repetir todo, como si no hubiera más. Quizás sólo es una forma de quemar la incertidumbre, de gastar el tiempo recordando. O quizás, sólo es un ejercicio febril de nuestra mente, que se alimenta de recuerdos para promover el aprendizaje. A fin de cuentas, me siento contagiada por las palabras de Sartre, porque veo en sus letras las distancias que generamos con el tiempo, que a su vez se transforma en algo tan cercano, tan interno. Necesito cavilar sobre estas ideas y no generar aseveraciones, ¡tanto daño que han hecho esas aseveraciones!
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