Su alimento fue la indiferencia de cada día, para vivir en esta rutina que vuelve felices a los que no la cuestionan, los que viven en el remanso de lo divino. Yo, otro ser humano sin perdón de Dios que quiere quitarse la vida, porque ya no vale la pena la sonrisa. Porque era perfecto, solía ser perfecto... aquellos tiempos añejos donde dormíamos en una cama de plaza y media. En la pobreza de tenernos como tesoro. El, ella, ellos, vosotros... nadie supo nada, y dicen que hablo demás. El misterio de abrir la boca y escuchar poco, el misterio de verse a los ojos y entenderlo. Extraño tus ojos como el espejo perdido en la multitud. El amor añejo guardado en la habitación oscura del alma.
Me pillo nuevamente persiguiendo las horas, otro día que se va y los papeles que suben de la vida que me obligan a vivir. Libertad, voluntad... hoy grandes mentiras, si no he podido hacer lo que siempre he querido: amor o muerte.
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