Dos escalones más y estaría fuera del bus, y yo...unicamente trataba de ver su rostro a la luz del alba. Él sacaba sus bolsos, cabizbajo, avergonzado, quizá recordando estas seis horas de viaje. Probablemente tendría unos veintiseis años, era de esos jovenes que le confiaría una conversación por horas sin habernos conocido. Ya no sabía que hacer, sólo me acerque, me puse a su lado y espere mi bolso, pero cuando lo sentí cerca no pude, no pude sostener esa emoción que cernía mi corazón para asfixiarlo. Me apresuré a sacar mi bolso antes que él, lo ubique en mi hombro y caminé rápido, tratando de salir de ese lugar.
Al caminar todo se aceleraba, las personas, los autos, mis pensamientos, hasta que todo se detuvo en blanco, ése farrago blanco y mis piernas ya no podían sostenerse. Veía hacia todas partes, desesperada, hasta que una mujer que llevaba a su hijo de la mano, lo tiraba, apurándolo y el pobre crío comenzó a llorar. Ahí lo supe, ahi lo entendí. Mi estomago se retorcía, todo se aceleraba aún más y se volvía verteginoso, ni siquiera era capaz de balbucear alguna palabra. Sólo recordaba su mano recorriendo entre mis piernas queriendo incitar el almibar cálido de mi libido femenino. Extrañando la mano masculina sobre mi cuerpo, pero corrompida, ensuciada, embadurnada del salvajismo; Compungida, arrebatada de mi misma: una puta … una puta exitada, asustada y violada. Mi mano temblorosa, sin pensarlo, se fue a la boca y mis ojos quemando en el desvelo, fueron humedecidos por el único consuelo que pude tener después de las cuatro de la mañana, después que el sólo dijo: Lo lamento.
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