Recuerdo esa mujer, una mujer que vestia un bata y se paseaba por la calle sosteniendo un cigarro, muchas veces iba a mi casa y preguntaba por mi abuela. Para ser tan niña, una mujer así de excentrica no me causaba miedo, mas bien, un increible interés. Era su rostro arrugado, su mano sosteniendo su codo que a su vez temblaba, incomoda, tratando de sostenerse de abrir los brazos y explayarse literalmente en el mundo.
Mi abuela me repetía que no le abriera la puerta, que jamás le dijiera que estabamos sola, que sólo le mencionaramos que ella estaba muy ocupada como para atenderla. Ella era como los fantasmas que abren las puertas y la gente le grita que se quede afuera, confundida con el viento de invierno o de primavera, floreciendo en el peor año y marchitandose ante la pena.
Casi era un tipo de gente, de esa gente que uno trata de esconder en nuestros peores días, tratando de mantener la cordura, limitandose solo a consumir el fragil cigarro, los 5 a 10 minutos mas satisfactorios de las situaciones tensas.
Ya al paso del tiempo ya no se que es lo que causa esa tensión, si será el exceso de si mismos, estirados, casi al punto de romper las fibras del alma, o quizá estar tan estrecho en el lugar mas frío de la sombra, congelado, incapaz de moverse. La locura expuesta o la locura ensimismada.
A veces creo que muchos necesitamos esa libertad, esa laxitud de pasear, ser mirada, tal como somos, tan enfermos como somos.
1 comentario:
me gusto harto
saludos!
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