domingo, septiembre 23, 2007

La flor, la almendra, la nuez y la frutilla.

Me desperté del vacío de mi morada, esta aún poco somnolienta, pero no permitiría que el sopor me ganara los primeros pasos de mi mañana. Así que sin hacer nada me levanté, me vestí con las ropas que primero hallé, me dirigí a la cocina para comer algo, mejor dicho para beber. Al abrir el hielera encontré un jugo que estaba allí hace unos días, pero sin vencer aún ( bueno eso es lo que quiero creer, ya que la caja no contenía información, estaba un poco gastada). Vi por la ventana y estaba un poco frío afuera, los pastos estaban escarchados y la reja de la pensión estaba congelada; adoro estos día. Fui hasta la entrada de mi casa porque tenía ganas de salir a tomar aire fresco. Bajé por las escaleras de urgencias ya que las de uso general estaban ocupadas por unos señores que querían bajar un sofá a la calle ( en realidad era una buena decisión de ellos en botar ese vejestorio, tendría ya sus siglos apolillándose en la casa de los Carter). Como les iba diciendo tuve que ir a las escaleras de urgencias, extrañamente la entrada a estas escaleras se encontraban en la azotea. Cuando abrí la puerta de la azotea sentí una bocanada helada, que casi me deja yerta. En ese lugar había un piano de cola, un tanto viejo, pero se nota que alguien se ha dedicado a cuidarlo. En ese momento se me quitaron las ganas de bajar porque pude observar una linda vista de la ciudad. Ésta estaba completamente cubierta por una capa de neblina grisácea y con un sol inmenso sobre ella y un cielo totalmente azul que llegaría a enceguecer si lo miras por mucho rato. Apenas podía ver a los niños jugar a la rayuela y al luche, ya me estaba cansando de tratar de ver bien esas bellas imágenes de esos viriles pequeños. Así me senté dando la espalda al paisaje que había observado con mucha determinación. Cuando me acomodo, fije la mirada al frente, donde se suponía que estaba el piano; los parajes que pude observar me dejaron absorta. De la nada había crecido un parrón en la azotea, lo más extraño que no era un parrón común y corriente, este en vez de uvas tenía manzanas rojas, como un rubí. Me levante y me acerqué a la sombra del parrón, cuando ya estaba bajo de ésta ocurrió algo fantástico, el parrón formaba un largo camino rodeado de flores, guindos, frutillos, nogales y él mi camino estaba formado de rejillas blancas, de esas que se pueden hacer algunas paredes de carnavales que llevan rozas bien engalanadas. Entre medio de cada rejilla cruzada se hallaba una rosa de color blanca. Era increíble lo que estaba viendo en esos momentos, seguía perpleja por ese paraje mientras que caminaba más al fondo de ese túnel. Viendo con detenimiento, no había espacio que no estuviese cubierto por esta naturaleza extraña. No me había dado cuenta de todo lo que había caminado y que ya estaba apunto de llegar al final del túnel. De pronto sentí un abemolado canto de un pájaro, cada vez que me acercaba el sonido se hacía más fuerte, finalmente llegué al final del túnel y sólo había una luz blanca, al no poder resistirla miré hacia un lado del pasadizo y encontré un ave muy singular, parecía un ave fénix, lo digo por el gran parecido a los dibujos de los cuentos mágicos, de pronto dejó de cantar y ¡me habló!. Dijo: sé quien eres y que te estas preguntando en estos momentos. Sí soy real, por lo menos en éste lugar (tocándome con una ala mi cabeza. Antes que te marches toma una flor-de preferencia una flor de manzanilla-, una almendra, una nuez y una frutilla y ponla en el bolsillo de tu abrigo.
Sin dudarlo puse todas esas cosas en mi bolsillo.
- ahora ten es esa rosa
- ¿Cuál rosa?
- Aquella que esta junto a ti – la tomé y puse el botón en la palma de mi mano. De pronto comenzó a abrirse y a crecer, pero eso no era todo, estaba naciendo una paloma.
- Ahora vete, ¡rápido!- en ese entonces volví a dirigir mi vista hacia la luz, pero ahora estaba observando miles de ojos de palomas blancas, que de un de repente se arrebataron contra a mí. Salí corriendo con todas las fuerzas que tenía a través del pasadizo. La bandada se agitaba con más fuerzas hasta alcanzarme, es cuando siento un gran golpe de alas contra mi espalda y esto hace que caiga estrepitosamente al suelo, donde logró sentir que las palomas se alejan volando y a la vez siento el sonido del piano que había visto en el principio, alguien lo estaba tocando. Me levanté dolorida del suelo y vi un señor de edad indeterminada, pero que tenía muchas arrugas en sus manos y en su rostro. Él pareciera que no me notara, para que me viera presioné una tecla, pero sin perder la concentración de la tecla que iba a tocar, fugazmente sentí una voz apagada que cantaba y cuando volví la vista hacia el anciano él ya no estaba.

Ya era demasiada extrañeza en un día, es cuando después de un parpadear siento que recién estoy abriendo los ojos a la alborada, en mi cama, entre mis sábanas. Sin creer que esto era un sueño, me levanté y fui a la ventana y allí pude ver los mismos niños que había soñado, en medio de la espesa niebla. Cuando pensaba que quizá era un sueño, recordé que el ave me hizo guardar una flor, una nuez, una almendra y una frutilla. Antes de sentarme corrí velozmente a mi abrigo y de paso abrir la puerta para observar que mi vecino, el señor Carter, estaba bajando el mismo sillón. Con mi abrigo en el brazo, deliberé a meter mi mano al bolsillo y encontré sólo la nuez. Me puse mi abrigo y subí a la azotea (estando aún con pijama) y vi el piano, me le acerqué y cuando estaba junto a la silla de éste, observé que decía “siéntate” y así lo hice, en ese entonces se me ocurrió tocar una melodía que conocía, hasta ese instante no había sentido que esta melodía era un poco tétrica y apagada, de pronto siento que mis manos se van envejeciendo y a su vez veo que la frutilla, la almendra y la flor van apareciendo sobre el piano y el camino que había visto antes se veía como un espejismo. Con la luz ante mis ojos pude deslumbrar una figura de un hombre que vestía un abrigo similar al mío, cuando ya estaba frente a mí pude notar que era el rostro muy parecido al del viejo que tocaba el piano, pero su rostro ahora era más mancebo, dulce. Extrañada lo miré y volví la vista hacia a mí, observé mi pelo canoso y mis manos más enjutas y arrugadas.
-gracias- él me dijo
- ¿Gracias por qué?
- Porque ya es tu turno de tocar el piano- de pronto su cuerpo se esfuma y me doy cuenta que no puedo despegar las manos del piano... ¿qué está sucediendo?

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