domingo, noviembre 04, 2012

Diógenes

Habian pasado largos meses desde que no volvía a casa, una de las sorpresas fue que me habían cambiado el milenario colchón que tenía en mi cama. Uno de tela gruesa y aspera, que ta tenía agujeros y se le salía la espuma ,y los resortes se clavaban en mi espalda. Sin embargo, una sensación de tristeza se alojó en mi pecho, ya nada era como antes, era como si la casa hubiese cambiado de dueño, todo aquello que le pertenecía a los recuerdos estaban guardados en los lugares más oscuros para el jubilo de las arañas. Era lo último que quedaba de lo que transformaba ese lugar en mi santuario personal. Poco a poco, ya no era bienvenida.

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