El amor sádico, el del reencuentro con sí mismo, el de la idealización propia, me mira y me borra. Insatisfecho con abrir los ojos, se obnubila con la perfección de aquello que habita cuando la noche comienza, y como una trampa de conejos, un inocente sendero lleva a una recompensa al final. Tu, erigido como un totem, guía espiritual en el vacío de un desierto, del mar y las montañas, me entrego a tu voluntad para encontrar una ruta de plena fe para soltar la angustia de morir. Aquello que fui, ya no es, y así me convierto en mi mejor versión de tu deseo y soy un poquito más feliz. Y así, los años terminan, ya no eres la misma que años atrás, el mundo creado ahora es desmontado y no logras separar tu identidad a la del otro. Lo recuerdas para tenerte a ti misma, lo revives, tratas de separarte, pero estás fundida a ese fantasma metalico. ¿Quién eres ahora? ¿quien eres después de amar? ¿quién eres en tu completa soledad? La distancia es una incesante pulsión, el sol brillando en la nuca tras horas de caminar sin una gota de agua y sin avistar una fuente o un oasis. Desolación
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