con esa mirada tan hiriente
puedo entender estrechez de mente
soportar la falta de experiencia
pero no voy aguantar
¡Estrechez de corazón!
No vuelvas hablar así
no rebajes estas relaciones
si vivimos de cariño y besos
no me digas de odios y traiciones
¿cuántas cosas se diran?
en la guerra del amor
las palabras son cuchillas
cuando las manejan
orgullos y pasiones
estas llorando y no haces nada
por comprender a nadie excepto a ti
oye, no voy a aguantar
tu no puedes desmostrar
oye, no voy a aguantar
¡Estrechez de corazón!
No destruyas porque sí
no quieras borrar cada momento
la felicidad no tienes
porque incinerarla
junto al sufrimiento
no te pido nada más
que valores este amor
que lo guardes en un libro
y lo atesores
cerca de tu corazón
tu sabes cuanto se ha querido
has abrazado lo mismo que yo (oooh!)
hoy no puedes demostrar
yo no tengo que aguantar
no, no puedes demostrar
¡Estrechez de corazón!
Ooooh! Tu corazón
No te pares frente a mí
con esa mirada tan hiriente
pon tu mano en mi pecho y reconoce
que este latido no se miente
lastima que sea así
es el juego del amooor
cuando más parece firme
un castillo
se derrumba de dolor
Estás llorando y no haces nada
por perdonar a nadie, excepto a ti
estrechez de amor, egoismo
estrechez de razón, no me miras
oye no voy a aguantar
¡Estrechez de corazón!
Ooooh! Tu corazón
¡Estrechez de corazón!"
Los Prisioneros, Estrechez de corazón. Corazones,1990
En una de esas tantas tardes mientras escuchaba música y trabajaba, aparece esta canción entre el playlist de la radio. Fue inquietante la atención que me provocó, no entendía inicialmente por qué tras tantos años ahora tenía más sentido, puesto que en numerosas ocasiones la había escuchado dado a la importancia que tiene esta banda en el país, además que este disco se lanza un año posterior a mi nacimiento, siendo una de las canciones que aún se mantenía de moda en las radios durante mi niñez. La pasión me había limitado poder ver la esencia de esta letra, quizas es algo exagerado decirlo de esta manera, pero había algo crucialmente significativo que no se resumía en el desencanto de una relación romántica, una ruptura, sino que apelaba al egoísmo afectivo.
De pronto la estrechez de corazón no era sólo de una pareja, era de amigos, familiares, era de mi madre, mi padre, mi hermana, conocidos... era el duelo por sentirse insignificante para un otro, era mi pena fundacional, era mi depresión reproducida, era la máquina, era mi elegida soledad. Me di cuenta que pensaba en los otros para abolir el egoísmo, una batalla con un gigante imaginario que siempre termina devorándonos. Me sentí aplastada de ausencias y sangrando, empuñando mi arma blanca de una utopía que había sido engendrada por el dolor, la negación a seguir viviendo una práctica tan mundana como la invisibilización del otro, de generar un amor que se entiende como doloroso, un amor que genera distancias y propiedades, yo lo que quise por tantos años era una mirada transparente, como la de él... de él.
Cuando lo conocí fue cierto, fue profundo, fue verdadero, no fue una pulsación, fue una apertura real del corazón. Sin embargo, la vida tiene historias crueles cuando amas de verdad, la vida una vez le dio fin a un amor, ahora venía como una sombra a llevarse a otro, pero no vestida como la parca, sino que ahora vestía de bondad y bienestar por el otro. Decidimos amarnos y dejarnos para poder amarnos más, pero lo único que encontré tras todo ese episodio fue un cúmulo de relaciones incompletas, llenas de egoísmos, faltas de respeto, de avaricia y lujuria, como si te empujara fuera del cuadro para ser pintado en otra escena.
Y la vida fue amor, luto y egoísmo, como el ouroboro que se come a sí mismo para aniquilarte, como la loca que corre tras sus ideales, porque dolía que tras su muerte tuviese que ver la indiferencia de una familia que no le importaras, compañeros que no veían más del irremediable disfraz, teniendo sólo la droga de una amistad infantil que en cualquier momento puede finalizar. El luto fue la pérdida, la ausencia completa de una acción de amor, no sólo significaba perder a una persona, sino que era perder una posibilidad de estar en el mundo. El mundo era obsceno después de eso, porque no había más que una persona dispuesta a ser que tu vida tuviese sentido. Luego lo intenté, grité, moví mis brazos si es que así lograba ser vista, pero de pronto me sentía a millas de cada persona que intentaba comunicarme, no sabía nada, lo único que tenía era volverme loca en el aislamiento de mi lenguaje mudo.
Pasaron diez años hasta que lo conocí, pero ya estaba muy averiada para saber como sostenerme, aún así, no estaba lo suficientemente dañada para poder amar... lo amé, lo amé, lo amé. Lo amé porque cada minuto que me vio a los ojos supo quién era yo, y yo veía en sus ojos todo lo que era él... Pero vino la muerte, el luto y el egoísmo de tantos pasajeros, mi desconfianza que crecía... Hasta que en un mínimo de acción de cariño, alguien me dio algo me pertenecía.
Gracias aún puedo vivir, aún puedo vivir a pesar de no tener miradas, de sentirme a ratos abandonada y sola. Pero gracias, aún puedo vivir.
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