jueves, marzo 12, 2015

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La escritura y la pena comenzó a convertirse en una relación dependiente, sólo me consolaba cuando escribía, y sólo escribía cuando la pena me asechaba. Y la pena era siempre la misma, una sensación entre un nudo en la garganta y el hambre del ser. Terminaba pensando en lo mismo, en como él besaba mis lágrimas para volver a hacerme reír. Pero ya no encuentro nada... sólo soy yo misma enfrentándome a todo para aprender que aquello que he despreciado a lo largo de esta vida se iba a convertir en la única forma en la cual se va a manifestar. 
Así esta caja se va encogiendo lentamente y pienso que su destino es reducirse a tal punto que desaparecerá. Ahí viene el sudor helado, los ojos desorbitados,  esas ganas de tomar unas maletas y dar un paso al vacío. ¿Cómo aprendo a dejar lo inevitable? 

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