Cómo no pensar que los años pasan en vano cuando tomas en cuenta que cada uno comienza de la misma manera por mucho tiempo, los mismos fuegos artificiales, el verano procrastinado, el primer membrillo de la temporada laboral, las hojas de otoño esparciéndose por la alameda, la cordillera nevada, los primeros arboles florecidos, los duraznos en flor y las parras. Pero es el cambio de los años que nos hacen recordar y perder, las frutas que ya no son de una estación o el seco pavimento después de la tala, me podrían decir que ya nada es igual, que esa imagen sin tiempo es parte de un sueño que alguna vez vivimos, como el ubi sunt de nuestra Era, el extrañamiento por las modificaciones del croquis de nuestros actos.
Me he sentado mucho tiempo para entender como funciona mi cabeza, a leer viejos cuentos de una niña que solía tener 17 años y que pudo escribir mejor a sus 24, pero que ahora numera todo lo que ha perdido sin tener una idea más profunda que pueda comunicar. Mis letras denotan nostalgia por lo que he aprendido y la inmadurez de concebir alguna noción más rellena o coherente, así se pintan mis recuerdos deseando estar en una próxima etapa de la cual puedan surgir encantadoras reseñas de un futuro... Mi mente tiene años y en ella se encuentran las grietas de los pensamientos, como abertales estériles que desarman la vida para que no sea interpretada, y así nos aborda la estupidez.
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